jueves, 22 de marzo de 2012

No hay alcohol.

Estoy en una casa que no es mía
es muy bonita y está
frente al mar
como debería estar todo.
Yo me levanto temprano,
son las doce y estoy cansado
de la noche anterior.
Me duele la cabeza.
Pero salgo a la terraza
y veo nubes al fondo
de un mar que está enfadado
por todos aquellos que dejamos
de luchar y de esforzarnos.
Todo nos da igual.
Y me voy encontrando mejor
mientras oigo dos voces,
una que me dice que despierte
y otra que me dice
que vaya a la cocina
y me sirva un whisky con hielo.
Hago caso a la segunda,
como siempre.
Y voy y me hago un cubata
recien levantado,
no hace falta comer,
me alimento de pensamientos
y ansiedades.
Cojo una nevera llena de hielos,
una botella de Four Roses
y otra de Cocacola,
un paquete de tabaco entero
y un mechero que prende muy bien.
Libreta no hace falta,
la llevo dentro.
Y salgo y me siento enfrente del mar
mientras bebo y bebo y fumo y fumo
y pienso.
La gente pisa la arena, descalza,
pero con unas botas pesadísimas
de problemas.
Me imagino ser cada una de esas personas
y las imagino felices a la mayoría,
me da envidia.
Sigo bebiendo mientras el crono
se vuelve loco y el sol cae como una bomba
a esa cortina sin color.
Me empiezo a marear un poco
y veo que son las doce de la noche
y la botella está vacía
y el paquete de tabaco también.
Me pregunto qué habrá pasado
todo este tiempo que he estado bebiendo
y contemplando como una monja.
Y llego a la conclusión de que
me da igual,
y de que ya no hay alcohol
y me vuelvo a la cama

borracho.

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