Siempre estaba pensando en que le gustaría ser un vagabundo en un sitio rural y calentito, un vagabundo deluxe sin más pertenencia que un corazón en forma de pájaro. Pensaba en esas cosas que había leído hace ya mucho tiempo, en todo lo que tiene que hacer un hombre para comer, dormir y vestirse, en que te exigen trabajar y desperdiciar y encima estar agradecido por ello. Él no quiere eso. Él quiere libertad total, de acción, movimiento, quiere un calcetín del revés. A menudo sueña que es Dios, y disfruta oprimiendo, ahogando y agavillando a toda persona buena como si las fauces del destino fueran el cajón de un sastre o la despensa de una bodega. Está ebrio todo el tiempo, aunque quiere realidad. Además de soñar con Dios habla con él, ya que se pasa el tiempo hablando consigo mismo, y no precisa estar de pie delante del viento, solo quiere estar relajado, desnudarse cuando todos se visten y acostarse cuando todos se van a dormir. No quiere nada para el cementerio, no quiere una lápida, solo un árbol al que dar de comer. Ojos encendidos y bolsillos silenciosos, como dogma, como fe, como esclavitud y como despertar. ¿Qué esperar?
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